Señor de las Mareas Sanguinas
Escucha mi llamado:En Mexirevit 

Consume este néctar de lágrimas y sangre,
y convoca la inundación carmesí.

Permíteme atravesar el velo escarlata,
déjame seguir tu rastro ensangrentado.

"¡Profundamente inquietante!" Amaro levantó la mirada de la carta arrugada. Habían pasado semanas desde la tormentosa partida de Eadric y sus últimas palabras todavía resonaban: "¡Me iré inmediatamente!". Una pesada carga pesaba sobre Amaro. Fue él quien le habló de la petición de Torkada. ¿Cómo podría no hacerlo? Eadric el Exaltado era la encarnación de lo que Torkada estaba buscando, un luchador feroz y formidable. La mirada preocupada de Amaro volvió al pergamino manchado de sangre.

El líquido rubí se derramó sobre mis botas, rezumando por cada poro. Me metí en la cuenca y me sumergí en un abismo bermellón. ¡Y sin embargo no me ahogaba, Amaro! Estaba renaciendo. A través de un portal goteante, entré al Vestíbulo de Sangre. Y allí estaba Bloodshade. De nuevo. Una criatura tan insondable como lo que tengo delante. ¿Un sirviente? ¿Una guía? ¿Un intrigante? No importa.

Aquí estoy, inflexible, inquebrantable.

Hay otros conmigo. Unidos en una resolución silenciosa para purgar el flagelo enconado que atormenta este lugar una vez sagrado. Navegamos a través de las cuatro esferas de sangre podrida donde los heraldos gemelos de la decadencia y los devoradores duales de la luz han construido sus nidos.

Como garras sucias, las raíces hastiadas se aferran al suelo y a las paredes. Así, las horribles bestias que matamos se apoderan de nuestra vida y desatan peligrosas ondas tras su muerte.

El suelo maldito aquí está hirviendo de putrefacción. Las ramas de raíces irrompibles escupen su veneno, alimentado por cada anomalía grotesca asesinada cerca.

Sombríos pilares de basalto se elevan sobre nosotros mientras la energía oscura se filtra dentro de nosotros y finalmente se descarga como una devastadora cadena de relámpagos. ¿Cómo se supone que vamos a mantenernos unidos de esta manera?

Pozos profundos estropean el suelo de basalto y el derramamiento de sangre los ha convertido en lagos escarlata. La luz oscura se manifiesta repetidamente debajo de nosotros y detrás de nosotros, drenandonos hasta la médula.

Al aprovechar nuestra fuerza y ​​experiencia, de alguna manera soportamos los horrores de estos pasillos arruinados, aunque sea por poco. De vez en cuando nos topamos con los cuerpos maltrechos de novatos caídos. Masacrado por monstruos abominables. La juventud los enfurece; cuanto más jóvenes son sus víctimas, más se les estimula en su crueldad.

¿Qué impulsó a esos novatos aquí? ¿El encanto de las riquezas? Por los pasillos resuenan susurros sobre armas aumentadas con poder sanguíneo, algunas incluso infundidas con icor, el néctar dorado de los inmortales.

Y así nos abrimos paso a través de la carnicería, absorbiendo la podredumbre para enfrentarnos a la descendencia del profanador. Soportaremos sus manchas, persistiremos a pesar de la sombra de Bakragore, lo desafiaremos una y otra vez, alimentándolo con la esencia de sus parientes, resistiendo su ira para limpiar este reino de su asquerosa presencia.

La cobardía no encuentra refugio en nuestros corazones. Nuestros errores no marcarán la derrota.

Somos guerreros en medio de la tempestad. Somos cruzados carmesí.

Nuestro triunfo está grabado en los pergaminos del deber ser.

            

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